viernes, 16 de diciembre de 2011

Advertencia a los lectores de los #100peorespoemasmexicanos


#100peorespoemasmexicanos: Una antología necesaria
por Mario Bojórquez
Leer poesía es una tarea que requiere cierto entrenamiento; cuando nos acercamos a un texto poético apelamos a nuestra tradición lectora y esperamos de algún modo reconocer ahí algunos elementos que nos resulten familiares de nuestras lecturas previas. Cuando no sucede así, nos fascinamos por la novedad de la propuesta, hacemos un esfuerzo sincero por desentrañar los motivos, procedimientos y alcances de una cierta estructura de pensamiento, una disposición rítmica dada, la elaboración compleja de un discurso que nos resulta, por su extrañamiento, oro molido o en grano. El estilo es una característica que remarcadamente ha sido causa de encomio por diversas autoridades literarias, desde Aristóteles y Horacio, hasta Octavio Paz y José Gorostiza en sesudos comentarios y ensayos. Sin duda, estas aproximaciones al estudio del texto poético son una guía casi siempre segura para el análisis y el goce estético.
En la segunda mitad de la década pasada realicé un trabajo para la editorial Joaquín Mortiz, se trataba de publicar anualmente una antología de los mejores poemas publicados en periódicos y revistas de todo el país: Los mejores poemas mexicanos. Mi trabajo se circunscribía a compilar el copioso material hemerográfico nacional de donde se tomaría la muestra, organizar los materiales elegidos, solicitar a los autores y familiares su autorización para ser incluidos y preparar un registro de las fuentes originales, era pues, el editor técnico de la antología; la selección era preparada por un autor de gran prestigio y buscaba, en general, dar cuenta de la producción mexicana de poemas. Muchas veces, ante la selección de estos autores –Francisco Hernández y Elsa Cross-, mi idea de la poesía contrastaba violentamente con los criterios de su selección: poemas que me parecían valiosísimos no eran considerados por los seleccionadores y otros tantos que me resultaban insoportables, aparecían como los primeros a elegir. Comprendí que la lectura impresionista del material poético era la forma con la cual nos habíamos construido una tradición mexicana de la poesía.
Al iniciar este trabajo (en construcción todavía, pues se trata de una antología para internet), de los #100peorespoemasmexicanos, me acompañaron tres momentos previos de nuestra historia literaria, la famosa antología Los Ceros de Vicente Riva Palacio, primer acercamiento crítico feroz a las letras del siglo XIX mexicano, publicado en 1882; la de 1888, Los poetas mexicanos contemporáneos de don Manuel Puga y Acal bajo el pseudónimo de Brummel, que analizaba a los tres grandes poetas de su tiempo: Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera y Juan de Dios Peza; y, finalmente, un modesto trabajo que poco circuló entre nosotros, pero que encarnaba el espíritu de este ejercicio: Las cien peores poesías de autores famosos de Raúl Salinas Viniegras, publicada por Costa-Amic en 1975, en esta última aparecen sonetos de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Pascual Ortiz Rubio junto a poemas de Octavio Paz o Jaime Sabines. En el prólogo a su antología, Raúl Salinas Viniegras, apela a los heroísmos de la expresión, del pensamiento y de la emoción como nos los había encomendado don Salvador Díaz Mirón y en un lance verdaderamente socarrón reclama a los poetas abordar la temáticas especulativas: “Hablan de los espejos, de la luz… les falta el calor que da el trato con la hembra”.
Se piensa, no sin razón o al menos con razones, que un ejercicio de crítica frontal nace siempre de un espíritu beligerante y es tildado coloquialmente como “mala leche”; el ingrediente de la maledicencia, el golpe bajo de la crítica que atropella los esfuerzos estéticos de un grupo o de un autor específico, es una motivación que no asume este trabajo necesario; se trata más bien de cuestionar los valores que se pretenden imperantes en esta época, y probar así el desajuste entre un prestigio ganado por razones extraliterarias y la realidad atroz del poema mal ejecutado. Casi todos los autores recogidos aquí, han sido premiados y elogiados por otros, sus pares: premios Villaurrutia, Aguascalientes, Nandino, Owen, Pellicer, Lopez Velarde, becarios del FONCA, profesores universitarios y críticos sobresalientes que en algún momento de su trabajo han cometido estos materiales incomprensibles. No queremos prejuzgar al respecto de la totalidad de la obra de cada uno de ellos, simplemente se muestra un momento de su quehacer, aunque debemos aclarar que muchos de ellos tienen no sólo un poema para ser considerado en este ejercicio, algunos son persistentes en casi todo lo que han publicado.
¿Cómo saber entonces que estamos frente a un gran poema o frente a uno que no lo es? ¿Cuáles criterios estéticos habrán de ser invocados para lograr con nitidez la fijación de una perspectiva estilística irrefutable? ¿Quién define con claridad los valores más representativos de una época o de un estilo? En la escuela aprendimos que todo trabajo literario es susceptible de análisis, aún aquel que se pretenda más riesgoso o experimental, escuchamos ahí de la función poética del lenguaje, escuchamos también del extrañamiento que produce en el lector la lectura de obras literarias, la retórica nos legó un arsenal de procedimientos reconocibles en cualquier texto. ¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a un texto que no responde a ningún predicativo de análisis gramatical, estructural, retórico? Quizá nos estamos enfrentando a un texto que no es literatura.
La valoración que utilizamos aquí para designar estos materiales, es, desde luego, una posible falla del método, llamar “peor” implica un disvalor que puede ser refutado, sin embargo, en la gradación de este juicio estético, encontramos que existen muchos poemas malos, así dicho en sentido llano, pero que algunos de ellos se separan significativamente en lo fallido de su ejecución: de los “malos” hay algunos que son “peores”. Muchos autores mexicanos tienen malos poemas, es decir fallidas ejecuciones literarias pasadas por obras, pero se quedan ahí, en ser malos, hay otros que exceden esta disposición y alcanzan notablemente otro estadio de la mala ejecución, son, por lo general, autores conocidos bajo la estética del riesgo, aquellos que creen que arriesgando estéticamente alcanzarán la excelencia, y sí, decimos nosotros, no fue de otra manera que grandes obras como “Altazor” o “Un golpe de dados” o “Muerte sin fin”, alcanzaron las cimas de la excelente ejecución. Sin embargo, el riesgo por sí mismo nunca fue un valor literario, lo mismo arriesga Octavio Paz al redactar en precisos endecasílabos su monumental poema “Piedra de Sol” que el ganador del premio Elías Nandino, Julio Trujillo, con su poema de sílabas esponjosas, la diferencia estará en que el poema de Octavio Paz es una cima de la poesía mexicana y el segundo poema, no podrá ser leído con simpatía por nadie, y, acaso, será recordado por un tiempo como una curiosidad de nuestra época.
En cualquiera de las bellas artes conocidas es intolerable la mala ejecución, no soportaríamos a un coreógrafo de ballet que no sepa qué es un plié con relevé o a un compositor que no sepa leer notas en el cuaderno pautado, sin embargo, en la poesía se permiten muchos dislates en aras de una libertad mal entendida, se pretende que escribir verso libre es solamente no respetar las cadencias isosilábicas, desconociendo de cabo a rabo el arte del verso y del lenguaje figurado. A últimas fechas se habla de escrituras, sí, escrituras que ponderan formas no perfectas del poema como una suerte de anticanon estético y que sólo logran confusión en el lector, o  quizá será que se busca una estética de la incomunicabilidad, justamente hoy en la era de las comunicaciones.
Cuando me propuse este necesario trabajo, pensé, desde luego, en las implicaciones sociológicas que generaría en algún sector de la poesía mexicana, supe que algunos autores recogidos en el ejercicio se molestarían, que otros nos regalarían una sonrisa de desprecio, y, que algunos más (ojalá que sean varios), volverían otra vez a sus poemas preguntándose: “¿de verdad yo escribí eso? Las personas que no se dedican profesionalmente a la literatura pueden cometer de forma imprevista una composición fallida, pero un autor premiado, becado, reconocido, no tiene disculpa. La responsabilidad de atender talleres literarios me obliga a dar opinión sobre el trabajo de otros, una pregunta recurrente en los talleres es: ¿cómo sabemos que estamos delante de un poema excelente cuando los libros que se premian no se corresponden con lo que hemos estudiado y leído? ¿cómo podemos reconocer un gran poema si en los recitales poéticos de prestigiosos autores todo es tedio y abyección? Así fue que decidí reunir, como apoyo a mis clases de poesía, una serie de textos de autores conocidos de nuestro presente poético, como digo, premiados, prestigiados, incontestables, que sin embargo eran no sólo malos poetas sino pésimos en algunos textos.
No quise intervenir con explicaciones los ejemplos, sino mostrarlos en su infamante crudeza, confiando en que un poema se defiende solo y que no hay intermediarios en el gusto personal. Ninguna persona, hasta ahora, ha defendido uno solo de los 25 poemas antologados al día de hoy, hay quien ha dicho, “ese poema es malo pero no pésimo”, “este otro poema no es el peor de tal autor, le conozco varios que son mejor ejemplo que el seleccionado”, hay quien pregunta si se “trata de una broma o si es sarcasmo puro”, la realidad de los ejemplos elegidos es tan brutal que algunas personas no pueden creer que esos materiales hayan sido premiados en concursos de la mayor importancia.
En cuanto a los autores, las reacciones hasta hoy han sido por lo general histéricas, uno de ellos me atacó personalmente inventándome cargos falsos, otros se felicitaron por pertenecer al selecto grupo de los seleccionados, alguno más aprovechó para promocionar el libro donde aparece el texto, otro masculló rencorosas palabras hacia mi trabajo crítico; las reacciones más singulares son de aquellos que aún no aparecen en la antología, uno dijo “espero mi turno”, pero ese autor se engaña, él sólo es un mal poeta, no es pésimo, por esa razón no figurará en esta antología, otro mal poeta que me hace responsable de todos sus fracasos literarios hizo lo posible por hacerse presente en las redes sociales, tampoco aparecerá. Los más, practican un silencio resentido y esperan el momento de la venganza minuciosa, pagándome como es su costumbre, con la cancelación de alguna invitación al extranjero, el bloqueo de alguno de mis libros premiados en concurso en las editoriales del Estado que controlan, el ninguneo escandaloso. Finalmente, una piadosa matrona sugirió a su alumno que mejor se dedicara a la prosa, que allá sí tenía futuro.
He querido redactar estas breves líneas como una advertencia a los amables lectores que siguen desde Twitter, Facebook, Blogspot o Tumblr la antología de  los #100peorespoemasmexicanos, reconozco que en mucho de lo que reúno aquí, hay arbitrariedad del gusto, poco cuidado de mis valoraciones, antiguas e íntimas representaciones de alta poesía que no todos comparten, en fin, humano placer. Espero que los 75 poemas restantes figuren en esta reunión por sus propios méritos y que sus autores consideren la mía como una lectura inocente y hasta cordial de sus producciones, que el propósito es, sobre todo, ayudar a las nuevas generaciones de poetas que acuden a los talleres literarios, a no repetir la impericia de publicar todo lo que se encuentra en los cajones sin pensarlo dos veces, ayudarlos a reconocer la buena poesía de la mala y  aún de la peor. No hay mayor justicia poética que la del lector frente al poema desnudo, atrapa la atención y produce el pasmo estético y espiritual, o no sucede nada, sólo sílabas vacías repicando en el desolado oído del hastío.

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